Llegó el año nuevo, el mar salvaje era de pleno invierno. En tierra soplaba poco viento.–Es de agradecer su visita en una noche tan fría –la mujer abrió la puerta de la casa de las bellas durmientes
–Por eso he venido
–dijo el viejo Eguchi–.
Morir en una noche como ésta, con la piel de una muchacha para calentarle, debe ser el paraíso para un anciano.
–Dice usted cosas muy agradables.–
Un viejo vive en vecindad con la muerte.Ardía una estufa en la habitación de arriba. Y, como de costumbre, el té era bueno.
–Siento una corriente de aire.–
¡Oh! –la mujer miró a su alrededor–.
No debería haber ninguna.–¿Tenemos un fantasma con nosotros?Ella se sobresaltó y fijó la mirada en él. Su rostro era blanco
.–Deme otra taza. Llena. Y no lo enfríe. Lo quiero directamente del fuego.Ella cumplió sus órdenes.–
¿Ha oído algo?
–preguntó con voz glacial. –
Tal vez.–¡Oh! ¿Lo sabe y aun así ha venido? –intuyendo que Eguchi estaba enterado, parecía decidida a no ocultar el secreto, pero su expresión era severa–.
No debería decírselo, lo sé, después de haberle hecho recorrer tan larga distancia, pero, ¿puedo pedirle que se marche?–He venido con los ojos abiertos.Ella se rió. En la risa se advertía algo diabólico.–Tenía que ocurrir. El invierno es una época peligrosa para los viejos. Quizá debiera usted cerrar en invierno.
–Por eso he venido
–dijo el viejo Eguchi–.
Morir en una noche como ésta, con la piel de una muchacha para calentarle, debe ser el paraíso para un anciano.
–Dice usted cosas muy agradables.–
Un viejo vive en vecindad con la muerte.Ardía una estufa en la habitación de arriba. Y, como de costumbre, el té era bueno.
–Siento una corriente de aire.–
¡Oh! –la mujer miró a su alrededor–.
No debería haber ninguna.–¿Tenemos un fantasma con nosotros?Ella se sobresaltó y fijó la mirada en él. Su rostro era blanco
.–Deme otra taza. Llena. Y no lo enfríe. Lo quiero directamente del fuego.Ella cumplió sus órdenes.–
¿Ha oído algo?
–preguntó con voz glacial. –
Tal vez.–¡Oh! ¿Lo sabe y aun así ha venido? –intuyendo que Eguchi estaba enterado, parecía decidida a no ocultar el secreto, pero su expresión era severa–.
No debería decírselo, lo sé, después de haberle hecho recorrer tan larga distancia, pero, ¿puedo pedirle que se marche?–He venido con los ojos abiertos.Ella se rió. En la risa se advertía algo diabólico.–Tenía que ocurrir. El invierno es una época peligrosa para los viejos. Quizá debiera usted cerrar en invierno.
Yasunari Kawabata
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