" Dejó la carta sobre la cama, y luego la volvió a coger para leerla nuevamente. Sus labios, bajo las huellas del lápiz labial, empezaron a ponerse blancos. Se dio cuenta del cambio que experimentaba su propio rostro, y acudió al espejo, le pasó la mano para quitarle el polvo que lo cubría, y se miró furtivamente. El espejo le devolvió la imagen de una mujer de cuarenta y cuatro años, de mirada sorprendida bajo el borde del sombrero caído hacia adelante. No se había empolvado desde que salió de la tienda donde tomó sola el té. Las perlas que su marido le regaló el día de su boda, colgaban alrededor de su flaco cuello, ocultándose dentro del escote en forma de V de su jersey de lana rosa, tejido por su hermana mientras todos se reunían alrededor del fuego. La expresión normal de la señora Drover era de impaciencia controlada, pero de asentimiento. Desde el nacimiento del tercero de sus hijos, atacada por una enfermedad grave, tenía un tic muscular intermitente en la comisura izquierda de su boca, pero a pesar de ello, podía sostener una expresión que era, a la vez, enérgica y tranquila. Volviéndose de espaldas a su propia imagen, de un modo tan precipitado como el empleado para buscarla, se dirigió al arcón donde se hallaban sus cosas, abrió la cerradura, levantó la tapa y se puso de rodillas para revolverlo. Cuando empezó a descargar el aguacero, no pudo contener una fugaz mirada por encima de su hombro hacia la cama, donde estaba la carta. Tras la cortina de agua, la campana de la iglesia, que todavía se mantenía en pie, desgranó seis campanadas, mientras la mujer, con temor creciente, contaba cada uno de los lentos toques. "
La amante del diablo-Elisabeth Bowen
Imagen:Frederick Frieseke
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