Es una ciudad silenciosa al atardecer,cuando
las pálidas estrellas despiertan de su desmayo,
y ruidosa al mediodía con las voces
de filósofos orgullosos y mercaderes
que traen terciopelo de oriente.
Arden en ella los fuegos de las conversaciones,
pero no las piras.
Las iglesias antiguas, piedras enmohecidas
de una vieja oración, son su lastre
y su cohete espacial.
Es una ciudad justa,
donde no se castiga a los extranjeros,
una ciudad de memoria rápida
y de lento olvido,
tolera a los poetas, a los profetas les perdona
su escaso sentido del humor.
Es una ciudad construida
según los preludios de Chopin,
reducidos a la tristeza y la felicidad.
Pequeñas colinas la rodean
en un ancho anillo; allí crecen
fresnos de campo y el esbelto álamo,
juez en la nación de árboles.
Un río impetuoso atravesando el centro
de día y de noche murmura saludos
misteriosos de las fuentes,
de las montañas, del azul del cielo.
Adam Zagajewski.
Imagen:Ramón Subercaseaux
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