A medio camino entre el ensayo y la autobiografía, “Las pequeñas virtudes” reúne once textos de tema diverso que comparten una escritura instintiva, radical, una mirada comprometida llana y conclusivamente humana. La guerra y su mordedura atroz de miedo y pobreza, el recuerdo estremecedor y bellamente sostenido de Cesare Pavese y la experiencia intrincada de ser mujer y madre son algunas de las historias de una historia –personal y colectiva– que Natalia Ginzburg ensambla magistralmente, en estas páginas de turbadora belleza, con una reflexión sagaz siempre atenta al otro, arco vital y testimonio del oficio– vocación irrenunciable, orgánica– de escribir.
En las páginas dedicadas a C. Pavese nos conmuve al hablarnos con naturalidad de un amigo, de un amigo que se ha ido.
Sobre los ingleses es más demoledora, al definir a Inglaterra como el país de la melancolía.
El texto “Él y yo” es un relato breve de elegante construcción.
Y nos alerta de que:
Hay un peligro en el dolor así como hay un peligro en la felicidad, respecto a las cosas que escribimos. Porque la belleza poética es un conjunto de crueldaz, de soberbia, de ironía, de ternura carnal, de fantasía y de memoria, de claridad y de oscuridad, y si no conseguimos obtener todo esto junto, nuestro resultado es pobre, precario y escasamente vital.
También escribe sobre la familia, sobre los hijos, las pérdidas, la guerra, sobre el silencio (el silencio es una enfermedad mortal), las relaciones humanas, o las pequeñas y grandes virtudes. Como del paso del tiempo cuando nos asombramos de que ser adulto sea esto y no todo lo que habíamos creído de niños.
N Ginzburg nos recuerda que en la vida rara vez hay premios y castigos.
Aqui os dejo un pequeño fragmento
Por lo que respecta a la educación de los hijos, creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes, sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito sino el deseo de ser y de saber.
Sin embargo, casi siempre hacemos lo contrario. Nos apresuramos a enseñarles el respeto a las pequeñas virtudes, fundando en ellas todo nuestro sistema educativo. De esta manera elegimos el camino más cómodo, porque las pequeñas virtudes no encierran ningún peligro material, es más, nos protegen de los golpes de la suerte. Olvidamos enseñar las grandes virtudes, y sin embargo, las amamos, y quisiéramos que nuestros hijos las tuviesen, pero abrigamos la esperanza de que broten espontáneamente en su ánimo, un día futuro, pues las consideramos de naturaleza instintiva, mientras que las otras, las pequeñas, nos parecen el fruto de una reflexión, de un cálculo, y por eso pensamos que es absolutamente necesario enseñarlas
Una pequeña joya para leer y releer, para regalar y para disfrutarlo
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