"Tenía cincuenta años y aún el cuerpo estremecido de los veinte. A diario se preguntaba qué hacer con ella y sus deseos, tan fuera de lugar, llamándola a querer el sol sobre su cuerpo, una ola mojando sus piernas, la piel de un hombre ajustándose a la suya, sin más.
Había llegado a la edad del desencanto y no podía evitarlo, quería volver a la imposible edad en que la piel no le teme al desaire y todo-un colibrí, un pantano, un clavel, un torero, una alcachofa- puede erizar los recuerdos, convocar el deseo y hacerla ir tras él sin otro temor que el de no hallarlo.
Había llegado a la edad del desencanto y no podía evitarlo, quería volver a la imposible edad en que la piel no le teme al desaire y todo-un colibrí, un pantano, un clavel, un torero, una alcachofa- puede erizar los recuerdos, convocar el deseo y hacerla ir tras él sin otro temor que el de no hallarlo.
De repente quiso ir al irresponsable ayer movida por su contemporánea certeza de que la única fidelidad se la debía al cuerpo que habitaba sus deseos. Quería la cintura de los diecisiete, los muslos de los diecinueve y el pubis libertino de los veintitrés. Quería un novio aunque fuera utopía, velado por la edad, el rumbo de las cosas y el rumbo que le había dado el azar a su vida. Hasta perdonó al marido, que la dejó para dormir con alguien menos complicado".
Maridos-Angeles Mastteta.
Imagen:Mariano Velasco Ramirez
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