Nunca había estado a solas con él en un sitio desconocido y él se mostró completamente diferente durante la cena, le tomaba la mano por encima de la mesa, casi se le ofrecía con una mirada cargada de intención. Al calcular el riesgo, ella pensó que aquello parecía mezquino: estaba claro que él no querría deshacer su matrimonio más de lo que ella querría destruir el suyo.- Tienes los ojos grises -dijo él con cierta avidez que ella encontró absurda y necesaria.- Los dos, sí.
Una chica cualquiera, de Arthur Millar.
Imagen :Jack Vettriano
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